VERSÍCULO III
Otra vez la luna llena
voltea la hoja del mes,
abriendo un ojo en la noche,
hiriendo oscuridades,
trastocando conductas a los débiles,
alumbrando mis pecados carnales
en la pieza del fondo.
Mi rostro pálido y mi boca,
fáciles de pintar y fingir placeres,
esperan al macho de turno.
Es que a veces me canso de mi cuerpo,
cuando la luna me toca y desgarra
y ya no me importa
el billete en el velador,
el llanto me purifica,
mientras afuera
continúan los embates.
VERSÍCULO V
No creí que mis noches tuvieran rescate
en manos extrañas,
que la agonía tarifada entre brebajes inocuos
para no perder voluntad
y abortar el negocio a la regente;
para acumular argollas en la muñeca
y la trasnochada valiera la pena;
para mantener la ubicuidad:
el cuerpo atropellado
y la mente entre afectos familiares.
Hasta que apareciste,
preludio del verano
con calores verdaderos en el vientre,
con luz en la yema de los dedos
haciendo crepitar mi piel,
trayendo agosto a mi condición felina
subiéndome contigo
a la libertad de los tejados.
Liberaste mis caderas
de la esclavitud del dinero,
fui capaz de rezar nuevas oraciones
en tu idioma fecundo,
diste rienda suelta a mis ansias
aunque hoy seas mi nuevo carcelero.
VERSÍCULO VIII
Y ya no soy la misma,
aunque lo sea,
una extraña ocupa mis sentidos,
se instaló a la entrada de mi cuerpo
entregando trozos de confort por monedas,
un vulgar baño público
desde donde todos salen más limpios,
¡eso creo!
¿Debo pedir perdón por ello?
¿Por ser la última tentación del hombre?
¿Por soportar en silencio
fallas en dormitorios familiares?
¿Quién me pagará esta vida de espaldas
tendida como enferma?
¿Quién sanará las escaras provocadas
por el dedo acusador,
por ser instrumentos para ser
tocado, golpeado, tañido, pulsado o soplado,
a voluntad del que paga la tarifa?
¡No pediré perdón a quién no escucha
acostumbrado a las quejas
cómo está!
VERSÍCULO XIII
Tengo al himen escondido
en mi mente
bajo siete llaves,
para cuando llegue el momento
de la entrega,
si es que llega.
Mi cuerpo lo sabrá sin dudas
por el brillo de sus ojos,
por la ternura táctil,
ajena a lujurias
y bestialidades;
por su paciencia para esperar
mis instantes.
Mi cuerpo acostumbrado al atropello
sabrá sin dudas,
cuando llegue el momento...
¡si es que llega!
VERSÍCULO XIX
Al revés de la Cenicienta,
aparezco a la medianoche
en la penumbra del salón,
para ser vitrineada,
tasada en mi estatura
y geografía corporal
por los cuatro puntos cardinales.
Posesivas miradas varoniles,
lascivas,
buscan por todos los lugares
dimensiones anatómicas
acumuladas en sus mentes insatisfechas
durante la semana
y así desatar pasiones
tocando, besando y apretando,
las carencias en sus ámbitos cotidianos
o aburridos ya de un libreto repetido,
desgastado,
ala espera de la chispa
que lo vuelva distinto,
como acá,
previo pago de honorarios
por servicios prestados
a la paz de la familia.
ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO
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