jueves, 23 de septiembre de 2010

gran amigo... gran poeta...



El humo siempre se camina hacia atrás. Desde la voluta casi inexistente hasta el retazo de la cosa que fue.


El Humo de Gustavo Sánchez (San Juan, 1984) merece la misma actitud. Su sustancia lo propone, lo miremos por donde lo miremos.


Antes que nada, Humo es el intento de recrear un pasado como sólo la poesía sabe hacerlo. Por el libro rondan artefactos de la adolescencia, escenas de desamor, imágenes borrosas de la calle y el barrio: una obsesión nostálgica por las cosas del mundo, siempre lejos, siempre antes:


«...Las cosas ya no valían lo que nos costaron
cuando vendí a un desconocido,
mi adolescencia...»


No hay que desviarse demasiado de la vida para encontrar vínculos con los poemas del libro. Gustavo no pretende con la poesía encontrar geografías extraordinarias en las cosas de todos los días, sino manifestar con la mayor fuerza posible que las cosas de todos los días son una geografía extraordinaria, opacada a fuerza de cansancio, comodidad y rutina. Pero aunque el camino entre la poesía y el mundo sea breve, es intenso, y nos obliga a ser nosotros operadores conscientes de esa máquina de ver la realidad, esa manera de ver hacia atrás, desde la cosa inerte y obsoleta a nuestra propia individualidad que les sopla existencia.


Leer Humo es arriesgarse a observar:


«...Se puede escuchar
el humo de tu cigarrillo
Calentando el aire...»


«...conozco artesanos.
Gente que despierta cada mañana
con una persona diferente a su lado
yéndose a dormir cada noche
con la misma.»


Cada texto desanda un pedazo de tiempo. Intenta explicarlo, y se contenta con no lograrlo. La materia del poema también de desarrolla hacia atrás, a contrapelo del buen lector que lee de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo. La contundencia de las frases que cierran (¿cierran?) cada texto genera la sospecha de que ahí está la semilla de lo que fue antes. El poema no va desenvolviéndose hacia el final, sino que abre los ojos cuando ya está ahí, y después intenta explicar(se) cómo fue que llegó hasta donde está.


Humo es una crónica del ser humano atravesando el mundo. Es el desmontaje de algo que nos es tan obvio: el mundo que nos construimos para vivir. Por suerte, la verdadera poesía no necesita mucho más que eso para salir a la luz. Por suerte, leer una crónica (las aguafuertes de Arlt, las mitologías de Barthes), conlleva la tentación de, desde ese momento, ejercer el rol de cronistas.


Algunos poemas de Gustavo


ÉPOCA

Nada ha cambiado
desde que comencé a escribir
y dejé de vivir aferrado a un manubrio, de pie,
sobre un par de pedales:
transpiro
en el esfuerzo analfabeto junto a otros,
buscando las razones del dolor
y cómo recuperarnos.

Las cosas ya no valían lo que nos costaron
cuando vendí a un desconocido,
mi adolescencia.

Parado en la puerta de casa,
lo vi alejarse en mi bicicleta de carreras:
carbono, aluminio, titanio,
una auténtica pieza de ortopedia alejándose,
dejando atrás
lo que suele quedar de toda despedida:
un miembro fantasma.




OBRAS SANITARIAS

Me desvelo.

¿tendremos otra opción?

¿podremos negarnos
a subir escaleras de espalda?
¿ podremos seguir
bajándolas de frente?

Desnudo, camino el pasillo
abro la canilla y sumerjo la cabeza:
por las noches, al igual que el agua,
las dudas son más claras
y tienen más presión.



PREGUNTÁNDOSE

Un gran vaso de jugo de limón
aplaca la acidez;

miles de marineros
siguieron fosforescentes cadáveres
para salvarse de la muerte;

y sentados a una mesa
al costado de la Avenida
-clavándoles los codos
en las costillas-
el silencio de la ciencia
se instala entre la pareja
preguntándose
por qué muere de sed lo nuestro
si más de la mitad de lo que somos
es agua.



MI HERMANO ES UN POETA

Es tarde y hace frío en el taller.
Sólo mi hermano y yo.
Mientras él forja cosas brillantes,
filosas, incisivas,
cebo mates que tomo solo: una voz ajena
al ronroneo de la maquinaria pesada
puede ser la muerte.
Mi hermano trabaja a salvo
del doble silencio del obrero:
cuando deja de retumbar
el martillo sobre el yunque,
deja de retumbar
el martillo sobre el yunque.

Logra, y por eso
guardo la entrada a este espectáculo,
lo que el resto sólo podemos intentar
hacer en el silencio:
domesticar a golpes,
materia al rojo vivo.